Nuestro ego de cada día, siempre frágil, necesitado y temeroso, nos convierte en mendigos de amor, cariño, atención, aceptación, admiración, siempre dependientes de lo viene del. exterior, (llámese pareja, jefes, amistades, conocidos, etc) para sentirnos bien.
Cuando el ego no consigue que los demás satisfagan sus necesidades se vuelve
irritable, demandante, criticón, quejoso
y sufridor.
Nuestro ego no va a desaparecer pero podemos aprender a tomar conciencia de su
presencia en nuestra sensación de insatisfacción, malestar e inconformidad con
la vida.
Aprendamos a reconocer nuestro ego y aceptarlo con compasión y empatía pero sin
identificarnos con sus carencias.
Para tomar conciencia del ego, podemos aprender a permanecer alertas, en
presencia consciente, observando lo que
susurra contínuamente nuestra mente parlanchina.
Para observar nuestro ego permanecemos
en conciencia plena, atentos a lo que pasa en nuestros pensamientos y emociones
y nuestro cuerpo, en la tarea de reconocer, aceptar, investigar, sin
identificarnos, soltando y dejando ir, los pensamientos y emociones, que nos
llenan de preocupación e insatisfacción, pues son como nubes que ocultan momentáneamente el claro
cielo de la conciencia.
Cuando observemos el ego frágil,
necesitado y temeroso en otras personas, aunque se esconda bajo la máscara de
la inflación, la soberbia y la arrogancia, la ira o los celos y el control,
también podemos ser compasivos y
empáticos porque conocemos por nuestra experiencia solo es una fachada que esconde su
fragilidad.